24
Carlos Losilla, a propósito de Diario
de un cura rural, de Robert Bresson, escribe: «He ahí … la trayectoria de
alguien que no ha conocido la mano de nadie en forma de caricia y solo puede
dedicar la suya a la escritura.» Y, a propósito de El reverendo, de Paul
Schrader: «la escritura también puede conducir al deseo, la mano que traza
signos a la mano que toca un rostro, los tormentos del espíritu a los apetitos
del cuerpo.»
25
Desconfiar sería muy cómodo. No
supondría ningún dolor. Sin embargo, quien desconfía hace un movimiento hacia
adentro y los hombres solo nos conocemos abriéndonos a nuestro alrededor.
Afortunada o desafortunadamente, somos sensibles; podemos ser tocados en
nuestra apertura.
Desconfiar es un buen subterfugio
para no afrontar la vida. Pero en seguida llega la noche y pocos cuerpos
resisten la soledad en otoño. Los edredones no te cubren lo suficiente, por más
gruesos que sean. Sientes la necesidad de un corazón que lata, de una
respiración pausada.
26
Todas las artes consisten en dibujar
y pintar. Dibujar consiste en trazar líneas: he aquí la técnica que hay
en toda disciplina artística. Dibujar implica delimitar, estructurar; algunos
han soñado con una obra de arte que se sostuviera sin la necesidad de ningún
trazo en que se advirtiera la intervención humana, pero lo único que han
encontrado es el fracaso. El primer paso para trascender es no pretender
trascender, tener los pies en el suelo y comprender que hay cosas que los
hombres pueden y cosas que no. Ahora bien: también es cierto que, para saber
cuáles son nuestras posibilidades, debemos tocarlas con las manos, conducirnos
hasta sus extremos.
Pintar es poner color. Pero, en
verdad, el tipo de pintar al que me estoy refiriendo es simultáneo al dibujo.
Pintar es desbordar las líneas trazadas. La pintura insufla alma a la obra.
Existe una tensión entre la acción de dibujar y la de pintar; que una obra sea
sublime no significa que haya superado esta tensión con éxito, sino que el
artista que la ha creado la ha dejado en suspensión cuando ya le había dado la
suficiente completitud. Nunca dejaré de preguntármelo: ¿en verdad, podemos
decir que las obras de arte se terminan?
27
Lo es: es el cielo rosado del
atardecer. Se presenta delante de mí y es generoso porque, al mostrarse, se da
al mundo. Y se da a mis ojos; a mis labios; a mis dedos, que comprueban que sus
pómulos, mejillas y barbilla, sí, están ahí. Y es generoso, pero lo que no dice
es lo que yo ya sé: que el atardecer es corto y que este color tan bello
desaparecerá antes que le haya hecho prometer. La promesa. Cualquier promesa.
Prométeme lo más nimio, pero prométemelo. Y, no obstante, sé que no puedes
prometerme nada, cielo, porque el futuro es en lo que menos piensas. Solo
sonrío y te toco. Sonrío ante tu color rosa, sabiéndote muy finito, muy breve,
como yo. Luego vendrá la noche y tú te irás. Y más tarde vendrá el día y yo me
iré.
28
Hoy en día, es completamente
cuestionable que solo el creador de una obra de arte intervenga en esta.
Lentamente, también se vuelve dudoso que el receptor de una obra, a través de
su mirada y pensamiento, sea lo único que consiga mantenerla con vida. Si
entendemos las obras de arte como frutos, se abren nuevas posibilidades ante
nosotros. Las obras de arte dicen cosas distintas a cada época. Un poco
con independencia de que haya quien las contemple, maduran, cambian, se
transforman en algo diferente a lo que sus creadores habrían previsto para
ellas.
Obra de Henri Michaux
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