6.50
a. m. Por la ventana de mi cuarto, veo un cielo mansamente azul. Allí, en la
lejanía, hay una línea de color rosa que ya anuncia la llegada del sol. Si la
noche es tan confusa como parece ser, el día es un tirano, un hombre poderoso.
No hay nada más humano que la luz de las mañanas, puesto que la necesitamos
para sentirnos realmente orientados en el mundo.
Durante
demasiado tiempo he renunciado a la noche. Me acuesto a las once y me despierto
a las seis. Las únicas noches que paso en vilo son cuando estoy borracho. ¿Pero
en qué podría beneficiarme la oscuridad? Creo que me agarro demasiado
insistentemente a la vida que he conocido hasta ahora como para amar la
oscuridad: esa vida que me ha sido dada, que casi ni he tocado, tristemente.
Este
mediodía, han traído un colchón a casa. Mientras un hombre lo descargaba de su
camión, yo observaba la calle desde la puerta de casa. Los motores de los
coches y motos y hacían un ruido que impedía que se oyesen las conversaciones
de los transeúntes. Eso era la ciudad.
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