Sin
ilusión ni para escribir en este diario, el día a día se me antoja frío; la
gente, desabrida; el futuro, sospechoso. Ayer fui a la Seguridad Social y
tuvieron que ponerme una venda en el tobillo izquierdo. Ayer fui a una entrega
de premios en Els 4 Gats y me dieron el primero, pero estaba muy avergonzado
del texto con el que había ganado. Soy incapaz de apreciar las últimas obras
que he hecho; las anteriores, no consigo ni recordarlas. Sería imposible
recuperar la satisfacción con que he escrito durante los últimos nueve años.
A
veces, me parece que lo que me liga a la escritura es un tonto empecinamiento.
Cumpliré cuarenta años, estaré a mitad del trayecto y veré que, en lugar de
vivir lo que cada momento me exigiese, me he aplicado a una tarea para la que
no tenía talento. Pobre yo del futuro, pobre.
Creo
que llego tarde a tener una vida como las demás. A fuerza de desear lo que no
estaba en mis manos, he deformado mi infancia y mi adolescencia. Sigo
deformando mis relaciones personales y no me queda nada. Podría morir mañana
mismo. ¿Qué se desprendería del rastro que he dejado sobre la tierra? ¿Que soy
un infeliz? No me considero tal, en cualquier caso. El vacío siempre me ha
acompañado, ha estado acechándome desde la distancia. Y, además del vacío,
también esta voz interior ha caminado a mi lado. Esta voz.
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