Escribir viene a ser como usar una cafetera. Coges el café molido como
tomarías la realidad después de haberla percibido. Lo pones cuidadosamente
sobre el filtro. Llevas el culo de la cafetera de agua, de todo lo que has ido
escuchando y leyendo y que te ha permitido configurar un estilo. Finalmente,
enroscas la cafetera y la pones sobre el fuego. De la extraña mezcla entre esa
materia prima, el recuerdo, y el agua que da forma, que formaliza,
acaba surgiendo el café que voy a tomarme. Son las dos de la tarde, aún no he
comido, pero necesito un trago de esto para despejarme. El cielo ha estado gris
toda la mañana y la ciudad permanece silenciosa.
A las tres, después de almorzar con la familia, salgo en dirección a
Barcelona. Mis padres necesiten que les lleve a Mataró los encargos que han
hecho a algunos proveedores. No les he podido decir que no: cualquier razón me
sirve para pasar una o dos horas diarias caminando por Barcelona. De camino a
la parada del autobús, pienso en los niños. Me molesta que se haga la siguiente
pregunta: «¿Te gustan los niños?» ¿Acaso alguien me podría preguntar si me gustan
los adultos? La infancia es un lugar tranquilo hasta que alguien te cuenta que
hay algo que la sigue, algo grande y desconocido.
Ya en Barcelona, me hundo en el mar de gente de Plaça Catalunya. Les
Rambles, Carrer Portaferrissa, Carrer Petritxol. Entro en una tienda. Salgo.
Plaça del Pi. Entro en las Galeries Maldà: la decadencia de este lugar
representa la decadencia del prestigio de uno de sus habitantes más ilustres,
el baró de Maldà. Salgo de las galerías. Carrer del Pi. Carrer Portaferrissa.
Plaça Nova. Carrer del Bisbe. Plaça Sant Jaume. El Call. Entro en otra tienda.
Salgo. Carrer de Ferran, donde oigo una pareja que discute como en una obra de
Eduardo de Filippo. Les Rambles. Carrer Tallers. Me topo con Francesc y cruzo
dos palabras con él. Carrer Gravina. Carrer Pelai. Una mirada; viste de negro y
camina con seguridad. Carrer Universitat. Cojo el autobús de vuelta a Mataró a
las cinco y me paso el trayecto mirando el paisaje.
Al igual que la razón está
dentro del corazón como aquello que domina, la modernidad está
dentro de la posmodernidad. Puede que el motivo de que muchos
pensadores se hayan negado a hablar de posmodernidad sea, justamente, que esta
representa una continuación de la modernidad. La posmodernidad niega el poder
absoluto de la razón y, sin embargo, usa una herramienta tan racionalista como
el lenguaje.
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