El catorce de septiembre pasado, tuve la primera clase de Filosofía con Montserrat
C. En un momento determinado, dijo: «Las sociedades en que vivimos nos están
intentando ocultar la equivocación y el fracaso.» Esta mañana, hojeando los
apuntes del semestre, me acuerdo de ese momento. Lo admito: me he equivocado.
Empecé a estudiar Filosofía confundiendo interés con vocación. La semana que
viene tengo dos exámenes finales y la entrega de un trabajo de esa carrera,
pero no me presentaré en la facultad. Pese a las notas bastante buenas que he
sacado durante el semestre, me quedarán suspendidas las tres asignaturas. El
dinero que mis padres pagaron por la totalidad del curso se irá a la basura;
que me quiten lo bailado, puesto que he disfrutado de las clases, el ambiente y
las lecturas como si verdaderamente fuesen lo más idóneo para mí.
La Casa Azul dice en una de sus letras: «Se acabó hacer teatrillos para
destacar.» Lo mismo digo. Me concentraré en la carrera que empecé el curso
pasado, Filología Catalana, y escribiré y leeré para compensar lo poco creativo
que he estado esta primera mitad del curso. Se acabó hacer teatrillos para
destacar, sí. Hacerme el fuerte se ha acabado. ¿A quién he intentado demostrar
lo que valgo? ¿Qué ojos se dirigen a mí y hacen que actúe como si tuviera que
justificarme ante el mundo que me rodea? Va siendo hora de dejar de forzar mi
propia vida y poner atención en las oportunidades que me salen al paso, por
diminutas y desconocidas que sean.
Al mediodía, voy a los Premis TimeOut con Francesc. Me habla de un
profesor con el que mantuvo una charla y que le comentó que yo soy muy
pretencioso, que soy solo fachada, que quiero y no puedo. Bueno, si era es la
sensación que le di cuando le conocí, ¿quién soy para rebatírselo? En cualquier
caso, me deja una mala sensación en el cuerpo. En los premios, comemos canapés.
Bebo dos copas de vino, un gin-tonic, una botella de cerveza y un vodka con
lima. Cuando salimos del lugar, una sonrisa me aflora a los labios y voy de acá
para allá. Podría escribir, con dramatismo: «He dejado la carrera de Filosofía
y me he dado a la frivolidad y el alcohol.», pero eso no sería más que una
salida de tono. En realidad, soy demasiado consciente de lo que me hago como
para echar por la borda mi propia vida.
Este diario va tocando a su fin. Ha llegado la hora de no ser
transparente. Ya está bien de mostrarme desnudo en una copa de cristal. Ahora
empiezo a esconderme, ahora vuelvo a los recovecos de los que nunca me debería
haber alejado. La privacidad nos concede una blanda, débil libertad. No tengo
nada que demostrar. Solamente a mí mismo me tengo que dar explicaciones por las
decisiones que estoy tomando. Responderé a lo que la realidad me pida, pero lo
principal es escribir, completar esta obra.
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