Parece que la situación política está cristalizando y nos espera una
larga temporada de tira y afloja. Se tendrá que volver al horario académico, a
los exámenes y a la falta de épica de nuestra querida cotidianidad. Tantos
acontecimientos, tantas declaraciones y tanto ajetreo nos ha impedido ver que
el otoño ha ido pasando y, aunque deja ver sus colores (marrón, naranja, rojo),
no se siente sobre la piel: hace calor, seguimos yendo en camiseta y por todas
partes se siente un aire festivo, un aire vacacional que no acaba de encajar
con el mes de octubre.
Entre una clase y otra, me voy a la biblioteca. Antes, me paro a hablar
con una compañera, A. No sé cómo, acabamos hablando de la transexualidad y le
comento que es algo que me cae lejos porque no me codeo con transexuales. Ella
me brinda la distinción entre transexual y transgénero porque,
mientras hablaba, he confundido las dos ideas. La sencillez con que se explica
me asombra. ¿Por qué se me hace tan difícil decir las cosas llanamente, con
claridad? Tengo un terrible miedo a que me tomen por un impostor.
Me voy a la biblioteca a leer aunque me encantaría estar en un café, en
compañía. ¿Por qué siento más la soledad cuando la gente de mi alrededor parece
querer abandonarme? ¿Por qué, por el contrario, disfruto de mi soledad cuando
los demás me prestan atención? Saco la conclusión de que todo esto se reduce a
percepciones; quizá percepciones equivocadas. Ni estoy más solo que de
costumbre ni la gente me rehúye más que de costumbre, sino que la mirada que
dirijo a mi propia realidad es más desesperanzada que en otros momentos del
pasado. Esto viene a ser una rayada; va bien acabar el relato de una
rayada con este colofón: «¡Ah, problemas del primer mundo!»
Ya en la biblioteca, leo un texto de Immanuel Kant. «Uno mismo es el
culpable de dicha minoría de edad cuando su causa no reside en la falta de
entendimiento, sino en la falta de resolución y valor para servirse del suyo
propio sin la guía del de algún otro.», dice en el primer párrafo. ¿Este es mi
diario de adolescencia o mi diario de minoría de edad? No puedo
evitar fijarme en la independencia de algunos chicos de mi edad. Se cocinan
ellos mismos, conducen, llaman al fontanero cuando tienen algún problema, saben
moverse por la ciudad con bicicleta, son flexibles y sociables… Incluso cuando
no son sociables presentan una firmeza de carácter que hace que los vea como
seres imponentes. No me atrevería a decir que el mundo me da miedo, pero
tiemblo mucho.
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