Hace unos meses, odiaba mirar el móvil cuando me acababa de
despertar: lo encontraba demasiado alienante. Hoy, suena el despertador y me
incorporo para apagarlo; aprovecho que la pantalla del móvil está encendida
para revisar WhatsApp, Twitter, Instagram, Grindr, el correo… En fin, dicen que
mi generación es menos materialista, aunque lo que a veces parece es que
hayamos sustituido los materiales tradicionales (la madera de los muebles, el
paño de la ropa…) por otro tipo de material, más intangible y luminoso:
Internet. Hemos ocupado nuestro pensamiento con un nuevo material quizá más
invasivo, quizá más violento. Dicen que Internet nunca descansa, que en él
impera el día. Algunas noches, tardo horas en conciliar el sueño porque he
pasado demasiadas horas delante de una pantalla y los ojos me escuecen. Digo
todo esto como una constatación de hechos; mi día a día no va a cambiar
necesariamente porque haya notado un empeoramiento en él. Si ha empeorado,
tendría que buscar la causa de esa degradación, en lugar de eliminar sus
síntomas. Ya tenía esta sensación de decadencia cuando estaba saliendo con I.
El sábado pasado, bebí dos botellas de Xibeca, algunos tragos
de Puerto de Indias y vodka y un cubata de vodka con lima. No volver a
emborracharme con cerveza. Desde entonces, siento que el estómago se me ha
vuelto de piedra; es un globo de piedra; soy una escultura de vientre
irrompible y adolorido a la vez. Los males de cuando se es joven ―evitables―
serán sustituidos por los de la vejez.
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