Los exámenes están cerca y debería ponerme a estudiar hoy
mismo. Una buena planificación para mi vida sería la siguiente: estudiar y
hacer exámenes hasta que salga de la universidad y, más adelante, sustituir el
estudio por un trabajo y los exámenes, por un sueldo; en paralelo a todo ello,
ir escribiendo. Y, sin embargo, con solo pensar en esta planificación me doy
cuenta de que será imposible mantenerla. Tener una idea vaga del futuro nos
ayuda a avanzar con decisión y serenidad, como también lo hace marcarse
objetivos a corto plazo; pensar en un futuro definitivo y seguro, en cambio,
solo podría frustrarnos.
Sigo leyendo el libro de Carter. El capítulo dedicado a
Nishitani Keiji empieza con unas palabras del filósofo japonés sobre su
juventud: «Mi vida, cuando era joven, puede describirse en una sola frase: fue
un periodo absolutamente sin esperanza. […] Mi vida en aquel entonces estaba
atrapada completamente por la nihilidad y la desesperación.» ¿Acaso las cosas
pueden ser diferentes? Bueno, quizá sí que pueden ser diferentes. Si todas las
personas nos planteásemos el sentido de nuestra experiencia continuamente, este
mundo sería insoportable. Sea por mala o buena suerte, solo somos unos pocos
quienes nos podemos permitir ese lujo. Cuando esa preocupación se convierte en
una creación humanística (quiero decir: en una obra filosófica, literaria,
artística…), ya se ha encontrado un sentido a la existencia ―un sentido
provisional, inestable, como todos los que le podamos dar a la vida.
Es la una de la tarde y, desde que me he levantado, ya he
bebido tres cafés. ¿Tanto estimulante para qué? Bebo mucho café esos días
particularmente vacíos. Es un poco contradictorio, pero creo, engañándome, que
beber café los llenará de color. O algo así. En cualquier caso, me conviene
empezar a escribir una novela. Un proyecto grande ordena la vida, como un
pasillo ordena una casa o una nariz ordena la cara.
Se ha hecho de noche. Aunque tengo que hacer varias cosas,
pienso que lo que realmente me apetece es escribir este párrafo. Que este
diario no tenga ninguna finalidad concreta lo convierte en el texto que mejor
podría plasmar la actividad de mi pensamiento. Si buscásemos un objeto que
simbolizara la actividad del pensamiento, nos tendríamos que quedar con el pinball.
En cualquier caso, lo que ahora se me pasa por la cabeza es que estamos todos
obsesionados con hacer clasificaciones. Es normal: clasificar lo que vemos nos
da la sensación de que sabemos algo; por otra parte, creer que sabemos algo nos
hace pensar que el tiempo no ha pasado en vano. Puestos a hacer
clasificaciones, deberíamos huir de la división de las personas en estos dos
grupos: las estúpidas y las no estúpidas. Da lástima hablar con
alguien que usa esta división para toda la humanidad. También podríamos agrupar
los seres humanos en nobles y personas que anulan a otras personas.
Esta división me parece mucho más razonable por instinto de conservación y por
voluntad de vivir en paz.
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