Ayer,
Florencia estaba maravillosa; el clima de agosto, la presencia moderada de
turistas y la arquitectura que roza lo imposible doraron mi visita. Paseamos
por la plaza de la Señoría, hicimos un ruedo alrededor de Santa María de las
Flores y entramos en la Galería Uffizi, donde me sentí tan ridículo como una
persona a la que le pasasen continuamente tragedias y tuviera miedo de que la
gente se riera de su mala suerte en lugar de compadecerse de él. Había tantas
esculturas y pinturas ante las que me podría haber emocionado que me abrumaba tener
que escoger ante qué obras llorar, ante qué obras poner piel de gallina, ante
qué entreabrir la boca como llegando a un clímax que me exige que llene mis
pulmones de aire... En fin, cualquiera que me hubiera visto habría pensado que
solo soy alguien muy pomposo y farsante. Yo mismo me lo parecí. Acabé por saturarme,
quedarme indiferente ante algunas obras maestras de Miguel Ángel y Leonardo y
solo llegar al borde del llanto con un Noli
me tangere de Andrea del Sarto.
Dormimos en
Siena y hoy por la mañana hemos visitado el casco antiguo. Al mediodía,
llegamos a San Gimignano y paseamos por el centro empedrado de una ciudad cuyas
torres se erigen como símbolos de la desconfianza entre familias de una misma città.
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