Probablemente no debería haber quedado nunca con ese hombre.
Se llama Xavier A, tiene veintisiete años, camino de los veintiocho y lo conocí
hace un par de años, a través de alguna aplicación, no sé, quizá Tinder.
Llevaba tiempo insistiéndome para que nos viéramos, pero
siempre encontraba la excusa que necesitaba. Ayer no lo rehuí. Nos hemos
encontrado hoy, a las ocho y media, en el Bar Estudiantil y, después de que él
se tomase un cortado y yo, una birra, nos hemos ido a los jardines de mi facultad.
Me ha puesto su brazo sobre mis hombros de un modo muy trillado, muy ridículo. Puede
que el color de sus ojos fuese lo único que realmente me interesase de su
físico.
Cuando estábamos sentados en un banco, ha callado. Me ha
estrechado. Nos hemos besado. Lo hemos vuelto a hacer. Lo hemos hecho una
tercera vez. Por la experiencia con I, creía que era de mala educación o
desagradable meter la lengua en la boca del otro; él me ha metido la suya como
si fuese una estaca ― deplorable.
Hemos ido a los baños del primer piso. Nos hemos encerrado.
Nos hemos desabrochado los pantalones. Se la ha sacado. Era raro que, por
segunda vez en mi vida, me encontrase delante de un pene que no me estuviese
vedado, como sí lo estaban los de mis compañeros después de las clases de
educación física. Y hemos ido avanzando.
Cuando me la ha intentado meter por el culo, no lo ha
conseguido. No se me dilataba el ano. Le he dicho: «Quizá es cosa del día», y
mi propio comentario me ha resultado gracioso porque he pensado que no le podía
decir que tenía la regla y que por eso no lo podía hacer porque no se lo
creería.
Nos hemos corrido en la taza del váter. Después de vestirnos
de nuevo, hemos salido e intercambiado algún que otro comentario. En realidad,
me forzaba a mí mismo a hablar; no le quería decir nada más. Desde el momento
en que nos habíamos besado, había sentido una repugnancia hacia él que solo ha
ido en aumento. Pero, francamente, tampoco creo que las cosas pudieran haber
salido de otra manera. No habrían podido. Él tenía una idea fija de qué quería
hacer conmigo y a mí no me ha importado lo más mínimo que me tocase, que le
tocase, que pasase todo esto.
Calificar la experiencia de repugnante ha venido después.
Ahora, en casa, todo está silencioso y ordenado. Papá y mamá siguen en el
hospital. Soy el único que se encuentra en este pisito oscuro, largo,
misterioso.
¿No lo quiero volver a ver nunca más? No, no lo quiero volver
a ver. Seguramente, pasaré unos días sin masturbarme siquiera. Con él, he
conseguido aún menos placer que con una simple paja. Los verdaderos placeres
puede que no se encuentren en el sexo más que cuando el sexo sirve para
complementar el amor que se siente hacia alguien. Al mismo tiempo, estoy decidido
a no vivir el amor, de nuevo, como lo he hecho con I: aceptando las
convenciones más consensuadas y difundidas de cómo debe ser una pareja. Hoy por
hoy, quiero vivir el amor desde mi soledad. Mi objetivo es no perderme a mí
mismo en el camino de amar a quienes haya a mi alrededor. El amor es una gran
masa que no entiende de familiares, amigos o amantes. El amor es una única
unidad que se nos impone en nuestro interior con diferentes formas, cada una de
ellas ajustándose a la persona o cosa a que se dirige. Es curioso que, en un
día tan peculiar, acabe hablando sobre el amor.
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