Diez de la
mañana. Como siempre, me he despertado a las seis. Aunque, hoy, por haberme
acostado a la una, he preferido dormitar hasta que han sido las siete.
Ayer por la
noche, no entramos en Cocoa. Las chicas pueden pasar a partir de los dieciséis.
Los chicos, de los diecisiete. Quedan solamente tres días para que cumpla esa
edad.
Un compañero
del colegio, P., iba a colarme, pero, cuando la cola empezaba a avanzar, se
desentendió del problema y tuvimos que pensar en qué hacer antes de llegar a la
entrada.
Una de las
chicas con las que iba, M., vomitó. Antes de esperar en la cola, habíamos ido a
un bar que hay al lado a tomar unos tequilas con kiwi. Esta chica, además, se
había pedido un vodka con cola. P., quien también venía y había bebido un
segundo cubata asimismo, se quejó de dolor de estómago.
Íbamos por
la mitad de la cola cuando decidimos salir. M. se recuperó e intentamos
colarnos, pero un guardia nos arrancó de nuestras posiciones como si fuésemos
las hojas de una fresa.
Volveremos a
intentarlo pronto. Del día cinco en adelante, me será posible entrar y pasaré
de encontrar absurda esa norma de que las chicas entran desde los dieciséis y los
chicos desde los diecisiete a ignorar que eso ocurra. Las discotecas son como
un universo dentro de nuestro universo común: funcionan con sus propias leyes
naturales.
¿Tener que
volver a casa sin haber entrado en la discoteca? No me dolió en absoluto. Solo
me había dejado llevar hasta allí por curiosidad, afán de ver qué era ese
agujero en que la gente de mi edad caía cada fin de semana. Con el tiempo,
salir de fiesta se me acabará haciendo insoportable. La molestia que me supone
ahora debe de ir en aumento. Esa basura de música, las luces fantasiosas y la
bebida… Todo parece propicio a que la gente que se mete en esos vertederos se
pudra en ellos. Son, en su mayoría, estudiantes que, a la luz del día, podrían
demostrar mucho de ellos mismos, pero el volumen de los altavoces les impide
explicarse. Estando en el bar, antes de hacer cola, ya dudaba de que oyera mis
propios pensamientos. No quiero ni pensar cómo habría sido estar dentro de la
discoteca.
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