La silueta del extraño se recortaba
delante de una pared de mi habitación. ¿Su cara? Pálida, con cicatrices y ojos
irritados. Estaba quieto, como yo. Le ordené que saliera. Cuando apunté con el
dedo hacia la puerta, reprodujo el gesto. El espejo se extendía hasta las
cuatro esquinas.
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