Muchos conocemos al filósofo Tales de Mileto por lo que el temario de
Historia de la Filosofía de segundo de Bachillerato dice sobre él. De entre lo
que se cuenta, una anécdota destacada es aquella que lo caracteriza como un filósofo
ensimismado.
Se dice que “una bonita y graciosa criada tracia” se rio en su cara
cuando, mirando hacia el cielo para descubrir quién sabe qué, cayó en un pozo.
Desde la perspectiva milenaria del tiempo, no me atrevería a especular sobre
cómo debió de reaccionar a la burla de la chica, quien le dijo que quería conocer
“las cosas del cielo” sin advertir las que tenía a sus pies. En cambio, me
atrevería a trasladar a Tales a nuestra época y —dado que no conozco Mileto y
me sería difícil ambientar una historia en el lugar— situarlo en Barcelona;
para ser concreto, en la Barcelona del ajetreo, los ciclistas en serie y los
transeúntes que disfrutan empujando a otros transeúntes al cruzárselos.
Probablemente, los pozos serían la última preocupación de Tales. Y con
razón: El hecho de que nuestras ciudades se levanten sobre capas de piedra
uniformes nos libra de tener que molestarnos en mirar dónde pisamos. Yendo por
la calle, la mayor distancia que nos veremos obligados a salvar será la que hay
entre la acera y la calzada; no lo veo alarmante, aunque la observación (es importante que la
palabra esté en cursiva porque es justamente eso lo que nos acerca al griego) de
la vida urbana me ha enseñado lo contrario: Todo el mundo es susceptible de
tropezar en el salto del bordillo al asfalto.
Aquí y ahora, Tales no caería en ningún pozo, pero pisaría hojas
marchitas, plumas de pájaro, flores sueltas, cigarrillos, chicles rosa, panfletos,
mierdas de perro (en según qué zona, no solamente de ese animal), meados, escupitajos,
cadáveres de pájaros como los de las plumas mencionadas, agujas, botellas
vacías… En fin, una cantidad de inimaginables que harían que ni se le ocurriera
volver la vista al cielo.
¿Pero qué pasaría si, aun conociendo estos peligros, decidiese levantar
la cabeza hacia “los astros”? No quiero tener que decir que Tales sería
arrestado, pero tampoco niego que, un día, podría chocar con un policía y,
enfrascado en sus pensamientos, ignorar que este le ordenase una disculpa. Un
Tales encerrado por desacato a la autoridad no sería algo imposible, pero, como
decía, prefiero no tener que decir nada al respecto.
Lo más seguro es que un Tales moderno decidiese no salir de su casa. ¿Qué
alternativa le ofreceríais? ¿Tener que vigilar los coches, las motos, quienes
le vinieran de frente, cada vez que decidiese salir a pasear? ¿Desviar los ojos
hacia los semáforos siempre que se topase con uno? No, nada de eso. Un Tales
barcelonés alquilaría un piso con balcón y se compraría una cámara de fotos.
Pero, con ella, dudo que enfocara el cielo, ya que lo que sucede debajo de este
suele ser mucho más interesante.
Tales no viviría en Buenos Aires. Eso dalo por seguro. Muy bueno el microcuento.
ResponderEliminar¡Gracias, Gabriel!
EliminarMe gustó mucho el microrrelato. Puede que me pase a visitar el blog de vez de cuando, en busca de cosillas así. Mucho ánimo, sigue así!
ResponderEliminar¡Muchas gracias, Scarlet!
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