En
la presentación de su libro La
lectura com a pregària en
Dòria Llibres (16-VII-2015), Joan-Carles Mèlich hizo la distinción
entre una filosofía que nace de «Aristóteles y Kant» y otra
filosofía creada por «Kafka y Dostoyevski». Con esta visión de la
literatura, no es difícil entrar en Milan Kundera y los guiños
filosóficos (tanto directos como encubiertos) que hay en sus
novelas. La última, La
fête de l'insignifiance,
es el ejemplo perfecto; leemos a Kant, a Nietzsche, a Schopenhauer
explicado por Stalin... La literatura de Kundera no se harta de citar
a los clásicos cuando, al mismo tiempo, va trazando una filosofía
propia.
Diría que este
último libro —que algunos han considerado la despedida del checo—
llega a su cima en el relato de un encuentro entre Iósif Stalin y
sus aliados; él, con orgullo, confiesa haber impuesto su voluntad
por encima de la del pueblo ruso. Una de las más claras imágenes de
la crueldad del siglo XX reconoce la certeza de la filosofía de
Schopenhauer; no hay una sola forma de ver las cosas, la realidad
objetiva e inalcanzable sobre la que pensaba Kant no existe, y, en
cambio, lo que nos encontramos es la unión entre la representación
y la voluntad. 'Representación' porque el mundo es tal y como lo
percibimos desde nuestros sentidos, y no desde los sentidos de los
otros. Y 'voluntad' por el deseo de llegar a esta comprensión de lo
que nos rodea.
Stalin, hombre de
puño de acero, desnudó la voluntad de conocer el mundo de la gente
y la humilló. Luego, impuso la suya, la voluntad de un solo hombre
que el colectivo nunca acabaría de entender. No solo porque no
quiera entenderla, sino porque es incapaz de conocer una voluntad que
no es la suya; lo lógico consistiría en reconocer que existen otras
voluntades aunque sean ajenas a la que uno mismo tiene. En
definitiva, ¿no es de eso de lo que trata lo confusos que se sienten
los allegados de Stalin cuando les cuenta una anécdota que pretende
ser graciosa y ellos no saben si deberían reír? La falta de humor
es síntoma de un mundo que no sabe criticar, juzgar cada cosa. Así
pues, la reacción ante casi todo va a ser la duda, y, a
continuación, la imitación de lo que haga el hombre que se impone.
No es la primera vez
que en una obra de Kundera aparece la falta de sentido del humor como
consecuencia del totalitarismo. Al recular en el tiempo, llama la
atención que en su primera novela, Žert, ya nos muestra el
caso de un joven que tiene que sufrir las consecuencias de ironizar
en una carta personal con el comunismo y el optimismo que había en
los años sesenta a propósito de él.
El componente
amoroso sigue estando allí. Lo vemos en la misma idea que da título
a la novela, la insignificancia y su valor en un mundo en el que
proliferan los discursos grandilocuentes y faltan personas que, con
modestia, sepan hablar de lo cotidiano y lo más cercano. Es
recurrente en la literatura del checo: Las trivialidades que, por su
inteligencia, aplastan los ingenios y lo que es artificial.
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