I: El sueño
El cielo aparecía con el mismo azul que las
olas del océano. Debían ser las siete de la mañana, o todavía más pronto. A
través de uno de los ojos de buey veía el puerto de la ciudad. Parecía Delft
pintada por un Vermeer al que los colores claros se le habían agotado y se
había visto obligado a recurrir a los más marinos que quedaban, incrustados, en
su paleta. Se oían, en la lejanía, unos golpes metálicos que anunciaban la
entrada del barco, dentro del que Niño Éluard viajaba.
El paisaje se convertía, por la suciedad del
cristal, en la acuarela hecha por algún artista de pinceladas bruscas. Las
casas que rodeaban el agua habían sido coloreadas con blancos y castaños,
cremas y anaranjados de lápiz pastel.
A Éluard le excitaba el balanceo del barco,
y si a esto se le añadían la calma y las suaves luces de la mañana más
madrugadora puedo asegurar que estaba empalmado.
Giró la cabeza y observó detenidamente el
camarote en el que se encontraba. A primera vista se diría que tenía algo de
peculiar, pero se tardaban unos pocos segundos en distinguirse. Las paredes
eran de blanco marfil y el suelo, una tarima muy oscura. En la sala no había
nada, absolutamente nada, excepto una bañera de mármol. Estaba en el centro del
cuarto y el movimiento del barco hacía que la leche y la espuma que había
dentro se fueran colmando.
De su interior asomaba una cabeza. Una calva
con manchas marrones, azules y algún que otro pelo blanco. Era su abuelo, un
anciano alto y atlético, de piel oscura, consecuencia de haber pasado horas y
horas debajo del sol a lo largo de setenta años. Cuando se dio cuenta de que su
nieto lo estaba observando le invitó a acompañarle. « ¿Por qué no? Si hasta
ahora no ha habido casos de abuelos pederastas, dudo que el mío vaya a ser el
primero», pensó, y se desnudo en menos de veinte segundos.
La leche estaba aún caliente. El roce de sus
piernas con las peludas de su abuelo le gustaba, le hacía sentir como si una
criatura abultada y con flagelos lo acariciara.
De repente, entró por la puerta una bandada
de ciclistas. Vestían trajes plateados y muy ajustados, plastificando, así, sus
cuerpos.
Niño Éluard cogió el palo de golf que había
anclado a una de las patas de la bañera y atacó los ciclistas, a bastonazos.
Tiró a unos cuantos al suelo, jodió las
bicicletas de tantos otros, y también llegó a golpear la cabeza de algún
desafortunado. Mientras tanto iba gritando algo: « ¡Malditos ciclistas!
¡Siempre molestando! ¡Sois unos pesados!», y es que, ¿a quién no le molestan
los ciclistas, salvo a ellos mismos? Con esa vanidad atlética que ocultan
detrás de sus gafas de sol… Creídos e inútiles. He visto ovejas con más gracia
que esos tipos.
Volvió a estirarse. Cerró los ojos y pensó
en lo que había hecho. Imaginó a los que había herido y se sintió satisfecho
como nunca lo había estado.
Desde la puerta de la habitación dos sombras
habían visto toda la escena. Eran una pareja de andróginos pálidos, los dos
vestidos con camisones de color terracota. Sus caras no mostraban asco, más
bien parecían divertidos, hasta cierto punto deseosos de unirse a la escena que
representaban él y el padre de su padre. Una esponja flotaba en la leche.
Alguien tenía que cogerla y lavar su espalda con ella, pero nadie lo hacía. Que
deje de leer quien no quiera comprender la importancia de ese nadador, bebedor
de leche inanimado.
Al abrir los ojos de nuevo se dio cuenta de
que ya no estaba en su sitio, sino en el de su abuelo y que, delante suyo, no
había nadie. Notó sus manos más arrugadas de lo que deberían estar y se las
miró. Estaban llenas de pecas y pelos, al igual que sus brazos. Sus pechos
estaban más caídos que de costumbre, y, en general, sentía todo su cuerpo mucho
más pesado. Al mirar hacia el cristal del ojo de buey del camarote gritó. Se
había convertido en su propio abuelo.
Empezó a respirar más y más rápido.
Parpadeaba también con mayor rapidez. Todos sus huesos, ahora entumecidos, le
temblaban. Reflexionó un momento y pensó en que, quizás, se había dormido, y
que eso era parte de su sueño, un sueño lúcido de esos sobre los que había
leído alguna novela o ensayo.
Pero no, los horrores no han acabado, la
historia sigue y, con ella, la irreal tensión en la que ha seguido durante
líneas, párrafos, comas y adverbios.
Iba a darse una bofetada en la mejilla, para
ver si así despertaba, cuando se atravesó a sí mismo. La mano traspasó la piel,
las dientes, y salió por el lado contrario. Podía dejar de preocuparse, ya no
era su abuelo, ahora solo era un holograma de su abuelo metido en una bañera de
leche, espuma y mármol.
II: El texto
Habrá idiotas que insulten el relato y a su
autor. No han entendido nada.
Antes de escribir el texto decidí dejarme
empapar por el surrealismo. Abrí los agujeros de mis orejas y escuché al
subconsciente.
Lo que he narrado es un sueño que tuve a
principios de otoño. Cuando desperté me emocioné: había conseguido la materia
prima para una obra surrealista, algo a lo que André Bretón o Louis Aragon
pudieran dar su aprobado.
También me planteé escribirlo con el método
de la escritura automática (es decir, pegar en el papel todo lo que me viniera
a la mente, sin pensar en si era algo inmoral, ofensivo…), pero no tuve el
valor suficiente para hacerlo. Para mí, rectificar un texto literario es
necesario para que se convierta en algo puro.
Me encantaría saber la opinión de Sigmund
Freud acerca del relato, así que si tú, lector, mueres pronto, encárgate de
buscarlo por los pasillos celestiales y, cuando lo encuentres, ruégale que baje
a la tierra y me comente el qué. Por favor.
Retrato de VICTOR HUGO hecho por LEÓN BONNAT, conservado
en el PALACIO DE VERSAILLES.
He estado leyendo tus otros relatos y sinceramente sigue así. Has creado obras de arte condensadas en párrafos llenos de historias, de reflexiones. Es increíble. ¡Muchas gracias!
ResponderEliminarGracias a ti, es muy agradable leer comentarios como el tuyo.
EliminarEspero no tener que buscar a Freud para ti en mucho tiempo pero tampoco creo que sea necesario.
ResponderEliminarLos sueños básicamente tienen un significado y es que seguimos vivos y somos capaces de idear más allá de las leyes naturales y las convenciones sociales. Nada es inmoral en un sueño.
Tu relato del sueño está muy bien, pero me gustaría aportar una idea (obviamente desechable) para tu próximo relato onírico: no lo narres, trata de representarlo con palabras, que el surrealismo esté, además de en el fondo, en la forma.
Y esto te lo digo desde mi absoluta incapacidad para llevarlo a cabo, así que no lo tomes como una crítica, sino como un reto.
Lo dicho, felicidades y sigue persiguiendo tu sueño y tus sueños.
Un saludo
En realidad solo he estado experimentando, pasará bastante tiempo hasta que vuelva a escribir otro relato surrealista.
Eliminar¡Un saludo, y gracias!
He leído este y algún otro escrito más, y aunque he de confesar que he encontrado partes interesantes, no puedo decir que me haya impresionado.
ResponderEliminarPienso que tu intención es irrepochable: la ruptura, la originalidad, la vanguardia. Pero (aun) no has conseguido romper.
Es cierto que hay pequeños momentos donde aparece una cierta digresión, pero muy forzada. Casi me atrevería a decir que tímida. Y, además, parecen tan solo circunstanciales, contextuales, no esenciales para la idea general (que por lo demás no es nítida, ni de hecho profunda).
Es, evidentemente, una mera opinión. Tal vez errónea del todo.
Pero, como ya sabrás, lo mejor que se puede hacer ante una crítica es seguir escribiendo.
Ojalá llegues a tener "una entrada dentro de todas las enciclopedias del mundo europeo" (signifique eso lo que signifique).
Firmado: un amigo.
Intento ser lo más original posible, por lo que vuelvo a los clásicos para encontrar algo rompedor, algo fuera de la moda y los cánones actuales. Por ahora experimento: hoy surrealismo, ayer simbolismo, mañana impresionismo, ¿quién sabe qué haré la próxima semana?
EliminarMe pongo de margen hasta los dieciocho años para ir probando las diferentes tendencias del siglo XIX y XX, y jugar con ellas, siempre intentando seguir la misma línea, siendo fiel a mi propio estilo.
Un placer leer tu comentario, ¡saludos!
Me ha encantado leer tu relato, tiene una elegancia exquisita que muchos intentan alcanzar y no consiguen.
ResponderEliminarSuerte con tu...expedición de tendencias,
Lulu.
Sos tan brillante! me ha impresionado tu escrito y su justificación. "Me encantaría saber la opinión de Sigmund Freud acerca del relato, así que si tú, lector, mueres pronto, encárgate de buscarlo por los pasillos celestiales y, cuando lo encuentres, ruégale que baje a la tierra y me comente el qué. Por favor."
ResponderEliminarGenial.